domingo, 10 de agosto de 2008

Secretos en Rapa Nui

Fuertes. Desgarradores. Penetrantes. Ensordecedores. Petero corría desesperado. Sólo quería arrancar de aquellas manos grandes y violentas que laceraban su diminuto cuerpo. Frágil, desamparado, agotado. Sí, agotado a los 8 años de edad.

Rapa Nui es la isla de los sueños. Palmeras y cocos rodeando las playas de arena blanca. Leyendas que atraen a turistas de todas partes del mundo. Secretos que nadie puede descifrar: “¡ No mamá, no más por favor ¡”. Sí, ese es uno de los secretos mejor guardados.

Los golpes y gritos dentro de las familias rapa – nui son algo común. Como pan de cada día. Esa violencia y abandono que viven a diario los niños ya no causa impacto en la población. Esa misma violencia que en un futuro estos niños tendrán con sus propios hijos.

Petero mira el horizonte. Piensa. Sabe que fue producto de una violación. Sabe que su abuelo es en realidad su padre. No quiere volver. Quiere que lo busquen y no lo encuentren. Quiere sentirse querido. Quiere dormir y no llorar más. Quiere respirar. Quiere vivir sin pena.

El hogar de niños de Isla de Pascua está lleno. Son muchos los pequeños que, teniendo padre y madre vivos, deben vivir en ese lugar. ¿Por qué no hay dinero?, ¿porqué no hay comida?. Porque los padres prefieren salir de fiesta sin un “problema” esperando en la casa.

Petero piensa es su madre. La quiere, cree. ¿O la soporta? : “Si tuviera plata me iría al Conti. Si tuviera plata no volvería más. Si tuviera plata yo no lloraría otra vez.”

Cuando llegó la continental a la casa de al lado, en su primera noche escucho gritos. Eran alaridos. Llanto desde lo más adentro: “Le están pegando a alguien. Oye, le están pegando a un niño. Llama a Carabineros. “. No. En la isla las cosas son diferentes. No se llama a Carabineros. No se denuncia por maltrato. No se reclama o enjuicia a la madre que le levanta la mano a su niño. Tienen su propia ley: “Yo lo parí. Yo lo alimenté. Yo hago lo que quiero con él. Yo si quiero, lo mato.”

Tiene frío. Quiere abrigarse, y no tiene con qué. Debería volver. Le duele el brazo. Siente que algo se rompió. Cree que todo es un castigo por nacer donde no lo querían. Piensa que se lo merece. Respira y le duele. Quiere seguir llorando.

Un continental entiende que la violencia intrafamiliar está penada. Sabe que se puede llevar a juicio una situación como esa. Cree que puede hacer algo. Quiere ayudar. Cree que es su deber.

Petero va llegando a su casa cuando la ve. No la conoce. Ella le hace señas para que se acerque. Él la mira desconfiado. No sabe que hacer. Ella le susurra que nada malo pasará: “Soy tu vecina.” ¿Tendrá frío?, ¿tendrá hambre?”. Petero le toma la mano. Entra en la casa de la desconocida.

Los padres isleños se sienten con derecho a castigar. Con derecho a golpear. Con derecho a ser crueles sólo porque sí. Los niños rapa - nui crecen

pensando que así es la vida, que así debe ser, que no haya nada que sea diferente a su particular estilo de vida.

La continental, esa noche, esperó. No escuchó nada. Salió de su casa la mañana siguiente y vio a Petero sentado en la puerta. Llevaba un brazo enyesado. Lo miró. El la miró. Petero sólo se alzó de hombros. Ella buscó en su cartera un dulce y se lo dio. Petero abre su dulce. Cierra los ojos y suspira.

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