Una vida, una pasión
Un carácter reservado marcó su vida; no dejar que nadie supiera lo que pensaba era parte de una forma de ser revolucionaria que siempre quiso que estuviera en su existencia, es por eso que reclamaba haber nacido en 1910 – no en 1907 – para comenzar su vida de la mano de la Revolución Mexicana, con un México moderno que acompañaría cada pincelada que dejó en sus lienzos.
Sólo vivió 47 años, pero no por eso la intensidad que la rodeo fue menor. Frida Khalo fue dueña de su vida y de su muerte, dejando claro que su ser no seria olvidado fácilmente. Fueron los mismos hechos que enmarcaron su vida los que llevaron a que su nombre sea repetido por varias bocas.
Cuando salió ese día no pensó que la desgracia caería sobre sus hombros. El bus no logró esquivar al peatón , un violento choque provocó que su columna vertebrada quedara fracturada y casi rota; demasiadas fracturas para un cuerpo tan pequeño. Pero fue ese pasamanos que le atravezó el vientre lo que dolería por siempre: nunca podría tener hijos. Y fue ese dolor el que traspasó en muchos de sus lienzos. Varios autorretratos con un fuerte color rojo, emulando la sangre, mostraban el profundo dolor que le causó aquel incidente.
Consiente de que su arte debía ser conocido, se acercó al muralista Diego Rivera con la firme convicción que debía ver sus obras. Se paro frente a él obligándolo a mirarlas, consiente de su atrevimiento. Fue ese momento el que encausaría una vida llena de dolor físico por un camino que le alivianaría en algo su tormento: Su arte se haría conocido en el mundo entero, y su corazón se desprendería para entregárselo a este gordo e infiel pintor.
Su desesperanza seria grande cuando sus dos amores le terminaran de matar el corazón: su hermana y su amado Diego le serian infiel en su propia casa. Si antes su retraimiento era grande, ahora se haría mayor. Su arte seria su descargo; los colores y las formas su desahogo. Su vida se movería a un descontento con la gente, y no volveria a confiar en nadie más.
Su cuerpo ya no resistía tanta pesadumbre, y la cama la acogió como lo hiso cuando fue niña, y el accidente la dejo postrada. Sentada, acostada, de cualquier forma, pero siguió pintando en su cama, sin que el dolor pudiera detenerla. Cuando el doctor quiso prohibirle estar presente en su exposición, fue en su mismo lecho que llegó y vio con gusto como sus lienzos eran vitoreados por todos aquellos que ya la adoraban.
Murió en la misma ciudad que la vio nacer, Coyoacán, un 13 de julio de 1954. Su cuerpo fue velado con la misma dignidad con que manejó su existencia, en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. Sobre su féretro, la bandera del Partido Comunista mexicano. Es que ya muerta quiso mostrarle a todos, que esa pasión que sentía por el arte y la política, también la sentiría en su vida eterna.
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